Queridos educadores:

Cuando iniciamos el trabajo docente sabíamos que era desafiante y lo hicimos con la confianza en el Señor de la Historia y con la energía joven que nos decía que lo podíamos hacer y hacer bien.

El paso del tiempo, las nuevas generaciones, los cambios sociales,… todo esto ha hecho nuestra tarea crecientemente tensionante y compleja.

Podemos quizás sentir que nos afecta, no sólo la difícil realidad de los estudiantes y sus familias, la situación socioeconómica del país, el malestar que asoma de muchas maneras en nuestro ambiente, sino también la falta de reconocimiento a nuestra labor. Uno sabe que no es por uno, es que si no hay educación no hay futuro.

Pero de pronto se pone junto a nuestro caminar un Peregrino, casi un desconocido, que nos sale al encuentro en ese estudiante que pregunta y busca, en ese momento gratuito de compartir con algún colega en la Sala de Profesores, en ese espacio que se generó desde la Institución para la oración, en un momento de cotidianidad familiar. Y de nuevo nos vuelven los deseos de retomar la misión. Volvemos a Jerusalén.

Queridos educadores, no podemos vivir la misión educativa como quien lleva una carga. Tenemos motivos para la esperanza. Como los discípulos de Emaús, podemos sentir que Jesús comparte nuestra mesa, nuestras decepciones y nuestra vida… Y nos alienta a comenzar de nuevo. Y descubrimos que la misión se hace en comunidad.

En este mes del Educador, culminando ya el año misionero, oro por cada uno de ustedes y les deseo una renovación del espíritu de misión vivido en la tarea educativa. Con mi paternal afecto, reciban también mi bendición.

Mons. Juan Alberto Puiggari

Arzobispo de Paraná

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